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Éxito y fracaso llevan el mismo apellido

Éxito y fracaso llevan el mismo apellido

Esta semana ocurrieron tres hechos que, aunque no relacionados, hacen a la exaltación de la cultura del éxito y al ocultamiento del fracaso en Argentina. En alguna vieja aula de #fsoc a esto lo habrían llamado epifenómeno, pero no sé si lo entendí bien. Explico.

Yamil Salinas Martínez
Yamil Salinas Martínez
5 minutos

Hecho número uno.

El domingo pasado se jugó otro superclásico más en el fútbol argentino. Para el foráneo que llega a este artículo, esto equivale a otro aburrimiento más. Resulta que Boca recibió a River en su estadio por primera vez desde que sus primos bajaran de categoría un año atrás. Como suele ocurrir en estos casos, lo interesante no está en el fútbol (el partido fue muy malo) sino en los sucesos que manifiestan a nivel cultural en la sociedad argentina. Porque hace años que el fútbol dejó de ser fútbol. A tal punto que hasta puteamos a Messi, mirá lo que te digo. Tanto criticar al soccer, ahora el fútbol es espectáculo, con puestas en escena, directores de fotografía, sonidistas y actrices de reparto. A esta altura del partido, valga la analogía, resulta evidente que el fútbol -y todo lo que le rodea- no es más que una expresión sintética de nuestros vicios y miserias.

Lo interesante del caso[1] es que Ramón Díaz, entrenador de River Plate y ex-jugador con destacado pasado por el club, fue expulsado del campo de juego por el árbitro del partido. Algo habrá hecho, como siempre pasa. Escoltado por policías antimotines en su camino a los vestuarios (cosa que ya nos da una pauta del nivel de violencia social en el país) fue despedido bajo una implacable silbatina y cantos de la hinchada local recordándole, con el sarcasmo habitual, su pasado reciente en la segunda división del fútbol. Don Ramón, pícaro personaje del fútbol si los hay, respondió a los cantos con un claro gesto de “Yo no fui, muchachos, a mi no me la vengan a contar” provocando aún más los cantos de los dueños de casa.

Es que sí, es cierto. Díaz no fue responsable del descenso de River. Eso está claro. Otros entrenadores y dirigentes lo fueron. Pero resta decir que siendo Díaz un claro referente del club, y confeso hincha de River Plate, su actitud levantó polémica en los medios, periodistas deportivos y hasta incluso en su mismo club. ¿Acaso Díaz no quería asociarse al fracaso? ¿Porqué no se reconoció en sentimiento de todos los hinchas que vivieron un año de peregrinaje en el bajofondo futbolístico argentino?.

Díaz, uno de los entrenadores más ganadores del club, negó esa mancha negra. Dijo no. Yo no soy el perdedor. Yo no fui. Yo soy diferente. Yo gané.

Hecho número dos.

Me enteré por este post de Mariano que quebró Geelbe, una start-up argentina dedicada a la venta privada por catálogo. Replicando un modelo exitoso en otros países, que ejecutó con rapidez y buena oferta, pudo incluso expandirse hasta otros mercados en la región. El caso me llamó la atención, porque escuché en algunas oportunidades que iban bien, si hasta fui cliente satisfecho y todo.

Lo cierto es que parece ser que no se manejaron de manera transparente con el suceso, de más está decir, clave para cualquier emprendedor. Con un perfil alto y dospuntocero, si se me permite el anacronismo, en su época de buena marcha hubo hasta ahora silencio de radio de parte de sus fundadores. Y aquí lo que siempre se pide a la hora de estas cosas. Coherencia.

El «manto de piedad» de la comunidad emprendedora que menciona Mariano no le hace bien al caso, que podría haberse manejado diferente. Y digo, no es que esté mal fracasar (o quebrar, para ser más claros) sino lo contrario. Sirve asumirlo y sirve sacar las agallas de la experiencia. Dejar cuentas saldadas, con clientes y proveedores, para empezar de nuevo. Y más si pueden saberse las causas, porque servirá como el que agarra la pala mucho tiempo y se le forman grietas en las manos. Viejo cuento.

Es lógico, cuando arriesgás, podés ganar y tambien perder. Resultado válido y esperable. Salir campeón o bajar a la B. Porque siguiendo las analogías, para un emprendedor irse a la quiebra es como descender. Elegiste mal equipo, floja estrategia, sumale rivales difíciles y te fuiste. No es la muerte de nadie. Como también siempre se dice, el fútbol -y los negocios- dan revancha.

Hecho número tres.

El gabinete económico argentino presentó esta semana una serie de medidas para fomentar la repatriación de divisas al país. Frase rara si las hay, porque si hay algo que no tiene patria, es el dinero. Pero bueno, hagamos de cuenta que existe algo así. Eran billetes de otra patria -con bandera o con colchón- y ahora quieren que vuelva.

Este regreso pródigo, para darle un tono más épico entonces, tiene como objetivo accionar sobre dos sectores clave del desarrollo económico argentino. La energía, último gran responsable de la sangría de verdes al exterior y el mercado inmobiliario que sigue inmóvil, haciendo justicia a la palabra, producto de la pesificación de las operaciones. Bono y certificado, ambos instrumentos financieros, serán los encargados de repuntar estos flancos. Estas medidas tienen más aristas pero nos vamos a detener ahí.

El caso es que en apariencia, porque esto deberá ser ley, el gobierno ejercerá una amnistía sobre los orígenes de estos fondos y no hará preguntas. Esto es, dinero negro y no declarado que vale igual que el limpio. Se blanqueará (esta vez no bajo efectos químicos sino políticos) e ingresará al sistema financiero legal. Sí, dinero que podría ser producto de algún ilícito, o cuanto menos, de impuestos no pagados.

En conclusión, una recompensa para los que se saltaron la regla. Para los que ganaron al sistema. Para los vivos, o los listos. Porque encima el estado argentino -ergo, todos nosotros- pagaremos intereses sobre ese dinero. Un premio a su arrepentimiento y salida del oscuro rincón de las finanzas. Algo así como ascender con ayuda del árbitro. O mejor dicho, de toda la asociación de fútbol.

Porque lo correcto sería que el que tiene todo en blanco -y tengo que decirlo, me pone incómodo hablar de dinero en escalas de grises- haga como Ramón Díaz. Diga ante la tribuna “Yo no fui muchachos, yo estoy limpio”. Pero no, no pasa aquí.

Conclusiones

Las conclusiones resultan ya maduras. Estos tres sucesos son parte y revelan algo más grande. ¿Podemos pedir a un emprendedor, que basa su negocio en el riesgo, dar la cara por su fracaso?. Claro que sí. Sería lo correcto, tanto como a un funcionario, gobierno, dirigente deportivo. Hasta ahí estamos de acuerdo.

Ahora bien, cuando vemos el contexto y la foto completa, cuando vemos que nadie en la historia argentina ha pedido disculpas por nada en los últimos treinta años -salvo honrosas excepciones- entendemos la situación. Porque vivimos en una cultura que oculta el fracaso. Una serie de complejos mecanismos se activa cada vez que nuestro destino irremediable de éxito corre algún riesgo. No existe, no está, como tristemente escuchamos alguna vez. Vivimos permanentemente en una cultura del que gana. En los noventa ganaron unos, ahora ganan otros. Siempre hay alguien que gana. Ojo, pero cuando ganamos un mundial ganamos todos. Igual hace mucho que no ganamos, nada ya lo sé.

El problema está en el fracaso, y más aún en que te vean perder. Ahí viene el ocultamiento. Porque si no te ven, es como que no perdiste. Malvinas, la deuda, el 0–4 contra Alemania en Sudáfrica, el descenso de River, la corrupción, el falseo de datos públicos, el dólar, el tren bala, etcétera, etcétera.

A veces tengo ganas de juntar firmas para pedir una amnistía para Don Fracaso. Sacarlo del bajofondo, porque es uno más entre nosotros. No lo neguemos, es de la misma familia incluso. Quizá al reconocerlo nos demos cuenta que nos parecemos mucho más de lo que creemos. Y eso no nos hace peores. Nos hace más verdaderos.


  1. Durante la segunda parte del partido hubo disturbios y fallas gravísimas en la seguridad del estadio. No lo sabremos, pero puede presumirse que se hicieron adrede. El encuentro estuvo suspendido más de diez minutos, tiempo en el que la parcialidad local ofreció -según ellos mismos- una fiesta para gozar de la vergüenza de sus rivales.