Un padre y su hijo
Ayer vi algunas imágenes en video sobre la masacre de Qana, donde como todo el mundo sabe murieron civiles, entre ellos un gran número de niños, creo que todavía no han precisado el número. De todas maneras no importa. ¿Acaso se pueden contar niños muertos? Qué importa si es uno, veinte o cincuenta, da igual. Imagino incluso que los números querrían dejar de ser tales si les tocara ser para contar a niños muertos. Eran simples niños, estaban durmiendo, seguramente con miedo, pasando por una guerra imbécil.
Las imágenes que vi ayer, muy parecidas a la foto que está aquí al costado, mostraban a un padre llevando en brazos a su hijo, entre los escombros, gritando de furia y desesperación. Era imposible no verlo en sus ojos. La imagen me quedó grabada a fuego.
Hoy por la mañana, yendo al trabajo aquella imagen de Qana, ciudad libanesa a no se cuántos miles de kilómetros de distancia, casi como en un flash se me vino nuevamente a los ojos. Pasaba yo por una esquina de Buenos Aires, (digamos que cualquiera, es lo mismo) y vi a un padre llevar de la misma manera a su hijo, en brazos. Hacía frío y el niño iba dormido, inmóvil, seguramente hacia el jardín de infantes. El padre le iba cantando.
Por un microsegundo me quedé helado. Sentí que tenía a aquel padre de Qana frente mío. No se porqué la imagen del padre, llevando en brazos a aquel niño, se mimetizó con esa que ví en las noticias ayer.
Luego de algunas cuadras pensando en ello, y tratando de salir de aquel hielo sentí que la analogía era muy sencilla. No eran más que un padre y su hijo, los dos podrían estar riendo, yendo a la escuela. Pensé entonces, una vez más, en lo absurdo de la guerra, qué vil desperdicio.
Tal como Antonio Mas, también me sentí libanés.