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Svetlana Alexiévich: su vida y su obra

Svetlana Alexiévich: su vida y su obra

Repasamos la vida y toda la obra de Svetlana Alexiévich, una autora fundamental para entender el siglo XX y nuestro presente.

Yamil Salinas Martínez
Yamil Salinas Martínez
23 minutos

Svetlana Alexiévich es una autora que me parece fundamental para entender, yo diría, casi la totalidad del siglo XX. Gracias a su obra podemos conocer, de primera mano, las voces y las historias de personas que han vivido momentos cruciales de nuestra historia reciente, como la Segunda Guerra Mundial, la construcción y caída de la Unión Soviética –lo que fue quizá mayor experimento político del siglo– o tragedias como Chernóbil.

Decidí escribir este artículo para repasar su vida y su obra (que no es muy extensa, por cierto) y contarles por qué creo que leer a Alexiévich es un acto necesario y valiente. Espero les resulte interesante y puedan también aportar sus comentarios y recomendaciones.

Svetlana Alexiévich: su vida

Svetlana Alexiévich nació en 1948, un puñado de años luego del fin de la Segunda Guerra Mundial, esa que los rusos llaman "gran guerra patriótica". El lugar: Ivano-Frankovsk, una modesta ciudad en el oeste de Ucrania. Nada especial. Al decir verdad, una ciudad que como muchas del este cambió de nombre tantas veces como de bandera.

Hija de funcionarios y maestros rurales (padre bielorruso y madre ucraniana), Svetlana es la mayor de tres hermanos. Creció en el seno de una familia muy modesta, incluso para los parámetros soviéticos de la época (que ya es un decir). De pequeña se mudó a la vecina Bielorrusia ya que sus padres fueron enviados a enseñar al campo en pleno jruschovismo.

Es en el campo donde Svetlana crece rodeada de mujeres y de sus historias sobre la guerra, escuchando atentamente esos relatos sobre maridos perdidos, familiares muertos y aldeas arrasadas. Según ella, el contacto directo con la oralidad y la franqueza de esas historias han influido demasiado en su vida. Con el correr del tiempo comienza a darse cuenta que los libros de la historia oficial nada decían de aquellas tragedias e historias que brotaban del corazón de las mujeres en el campo. La verdad oficial, rigurosa en su patriotismo e ideal comunista, solamente hablaba de nombres de batallas y de heroicas defensas, pero poco de los sentidos de la guerra: sus olores, sus sonidos, los sucesos que quedan grabados en las retinas, el miedo, los gritos, el dolor.

Dice Alexiévich que ya desde muy pequeña sintió el llamado de la escritura. Por eso, cuando llegó el momento de elegir una carrera para estudiar se volcó por el periodismo. Ser periodista era lo que más la acercaba a aquello que tanto deseaba: escribir. Hizo algunos trabajos en periódicos locales y revistas literarias (una tradición muy rusa, por cierto) mientras leía y se emocionaba con el trabajo de Ales Adamovich, su maestro y principal influencia. Adamovich fue quien forjó el estilo de la "novela colectiva" o "novela de confesión" en la literatura rusa moderna, un estilo que plasmó, por ejemplo, en La historia de Katyn, un libro donde recoge testimonios del sufrimiento de decenas de campesinos bielorrusos que soportaron la invasión nazi. Adamovich conocía muy bien del tema, ya que él mismo combatió como partisano en el frente oriental. Este libro se convertiría, años más tarde, en Masacre: ven y mira, una película de culto donde se nos muestra lo crudo de esta tragedia.

Svetlana Alexiévich recibe de manos del Rey de Suecia el Premio Nobel de Literatura (2015)

Alexiévich se siente cómoda en este estilo y lo irá esculpiendo para hacerlo suyo a lo largo de su carrera. Un estilo literario que la acerca lo máximo posible a la realidad, y le permite montar, como dice, "un coro de voces individuales y un collage de detalles cotidianos". Además de escritora, se define como una "historiadora del alma", ya que dice que solo se nos cuenta la historia por los acontecimientos, "pero nunca por lo que han sentido sus protagonistas". Por lo tanto, ella siempre busca "la Historia a través de las voces de testigos humildes y participantes sencillos, anónimos. Sí, eso es lo que me interesa, lo que quisiera transformar en literatura."

El 8 de octubre de 2015, un teléfono sonó en un modesto apartamento de dos habitaciones en Minsk. En esa llamada la Academia sueca le hacía saber a Svetlana Alexiévich que era la ganadora del premio Nobel de Literatura. En palabras de la academia, la motivación del premio es: "por sus escritos polifónicos, un monumento al sufrimiento y al coraje en nuestro tiempo". Han tenido que pasar más de 50 años para que un escritor de no ficción se llevara este reconocimiento. Y es la primera vez que en 110 años de historia se reconoce a un periodista. Un premio por todo lo que ha escrito, pero quizá también por todo lo que ha escuchado.

En su discurso de recepción del premio, que llamó Sobre la batalla perdida, Alexiévich dijo:

"El camino a este podio ha sido largo, casi cuarenta años, pasando de persona a persona, de voz a voz. No puedo decir que siempre he estado dispuesta a seguir este camino. Muchas veces he sido sorprendida y a la vez asustada por los seres humanos. He experimentado deleite y repugnancia. A veces he querido olvidar lo que escuché, para volver a una época en la que vivía en la ignorancia. Sin embargo, más de una vez he visto lo sublime en la gente y he querido llorar."

Al margen de su obra, que todavía no consigue tener una distribucion libre en Bielorrusia, Alexiévich ha sido perseguida y hostigada por el régimen conservador y ortodoxo de Alexander Lukashenko. Estos ataques la han obligado a huir de su país en el año 2000 y buscar refugio en París, Gotemburgo o Berlín. Recién diez años después pudo volver a Minsk, y tener un cierto grado de libertad para poder manifestar su oposición al hombre que mantiene a todo un país en otro siglo. Al momento de escribir este artículo Bielorrusia sigue convulsionada y expectante por las protestas populares frente al fraude oficial en las últimas elecciones, violaciones a los derechos humanos y represión política. Alexiévich ha instado de forma pública a Lukashenko a dejar el poder y convocar elecciones libres.

Bueno, creo que ya conocemos un poco más sobre Svetlana. Es hora de meternos de lleno en sus libros.

Svetlana Alexiévich: toda su obra

Antes de meternos a hacer un repaso de toda su obra (que no es tan extensa, por cierto), quiero detenerme por unos momentos para hablar del estilo de Alexiévich. Creo que esto es clave, porque Alexiévich no comienza a producir o preparar un libro por escribir, sino que comienza por escuchar. Sus libros parten de la escucha de testimonios de centenares de personas que entrevista, en la mayoría de los casos, dentro de sus casas.

Moscú, 1985

Resulta ser entonces que además de una excelente escritora es también una muy buena "escuchadora", y lo digo porque para hacerlo bien hace falta estar muy atento a los sentimientos, detalles y expresiones de sus protagonistas. Sobre todo porque si el objetivo o el propósito es sacar a la luz esos recuerdos, esos sentimientos –la mayoría de ellos traumáticos y dolorosos, guardados allí en el fondo de la memoria por muchos años– hay que saber construir esa esfera de confianza, intimidad y empatía.

Este es el estilo Alexiévich y lo encontrarás en todos sus libros: palabras que nos traen retazos de la memoria y un collage de historias mínimas, de gente común y corriente, a quienes de alguna manera les ha tocado vivir situaciones límite o extraordinarias. Sus libros son nada más (y nada menos) que eso, no hay más preámbulos ni prosa. Solamente el testimonio, y llegado el caso, el nombre y ocupación de la persona que le habla.

En una entrevista Svetlana señaló que allá por los años ochenta, en Bielorrusia, una grabadora costaba unos quinientos rublos. Esto era aproximadamente unos tres meses de su salario. Para comenzar el proyecto de su primer libro necesitaba una, y entonces pidió prestado el dinero a Ales Adamovich y a otros viejos escritores que confiaron en ella. Desarrolló entonces un proceso de trabajo bastante peculiar para un escritor tradicional: grababa las conversaciones, las hacía transcribir para luego escribir a partir de las transcripciones, a mano, ensayando a menudo el monólogo en voz alta. Un libro le llevaba entre cinco y diez años y representaba las voces de entre trescientos y quinientos entrevistados. Dice que cada libro contiene un centenar de voces, de las cuales diez a veinte son lo que ella llama "pilares", personas a las que entrevistará, a lo largo del proceso, hasta unas veinte veces. "Es como pintar un retrato", dice. "Sigues volviendo y haciendo llamadas, añadiendo un trazo a la vez".

Este factor hace que su literatura sea transparente, cruda y directa. Por eso quizá a muchos les resulte chocante o perturbador. No hay contexto, no hay introducciones. Alexievich nos lleva directo al hueso, rápido y sin anestesias.

Su obra ha sido publicada en todo el mundo y traducida a 52 idiomas (muchos de ellos, por supuesto, luego de conseguir el premio Nobel). Si nos referimos a su bibliografía en español, la mayoría de sus libros están traducidos por la Editorial Debate. Antes de recibir el Nobel, creo que solamente estaba disponible en español Voces de Chernóbil (editada por DeBolsillo).

1. La guerra no tiene rostro de mujer (1985)

LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER
Título original: У войны не женское лицо

Editorial DEBATE
408 páginas


Este es el primer libro que publica Svetlana Alexiévich, donde recoge testimonios de mujeres que pelearon en distintos frentes y divisiones del ejército rojo durante la Segunda Guerra Mundial. Mujeres que le vieron la cara a la muerte en un conflicto en el que ninguna de ellos se imaginó alguna vez estar. Hasta entonces la guerra había sido un territorio masculino, una cosa "de hombres", donde las mujeres solían quedar relegadas a cumplir funciones y roles auxiliares como la limpieza, la cocina o los cuidados de enfermería. A medida que la guerra aumentaba su tensión y las tropas se veían cada vez más diezmadas, el gobierno soviético comenzó a reclutar a mujeres para ocupar puestos en la misma línea de batalla. Según algunos registros, más de un millón de mujeres se enlistaron para defender la Unión Soviética.

Alexiévich se propone entonces sacar estas historias a la luz y comienza ese trabajo paciente y dedicado de entrevistar a mujeres que hayan estado en el frente. La tarea, al principio, no fue nada fácil. Todavía se resistían a sacar a la luz esos temas, ya que seguían siendo tabú para muchas mujeres. Al terminar la guerra, y con el sabor de la victoria, estas mujeres fueron dejadas a un lado de los libros y relatos oficiales. No fueron reconocidas como parte de la victoria, aun en una sociedad bastante moderna en temas de género como era la soviética.

Svetlana Alexiévich junto a un grupo de mujeres excombatientes del Ejército Rojo

Acaba el libro en 1983– años donde todavía la doctrina Brezhnev seguía viva y coleando– y sus intentos de publicarlo resultan completamente estériles. El libro no consigue pasar el ojo crítico de los censores del régimen, que no toleraban que no se describiera de forma suficiente lo "heroico" de la victoria. El relato oficial, vigente desde 1945, sentaba que toda la maquinaria literaria y cultural soviética debía ensalzar el heroísmo y las buenas decisiones militares de sus camaradas. El deshielo y la glasnost de Gorbachev hace posible que el libro se publique en 1985, vendiendo más de dos millones de copias. Su trabajo comienza a ser reconocido y Alexiévich empieza a ser contactada por cientos de mujeres que ahora también querían contar sus historias.

La guerra no tiene rostro de mujer nos habla del arrojo, de la valentía, del fervor ciego por la defensa de la patria. Pero también habla, por supuesto, de la crudeza de la guerra y de lo primario e inhumano que se puede encontrar en ella. Habla también de los prejuicios de los hombres por esas muchachas que querían ser relevantes y no quedar relegadas a un segundo plano. Muchachas que no se conformaban con ser enfermeras o lavanderas, sino tanquistas, francotiradoras o artilleras. Habla del lugar y el honor que se ganaron en el frente pero que perdieron en los libros de la historia oficial, quedando relegadas a ocupar personajes de segunda fila. Habla también de lo duro de volver a casa, de estar contento por haber salido viva, pero triste por todo lo visto y haber perdido la inocencia.

Dice Olga Omelchenko, técnica sanitaria de infantería:

"Cuando acabó la guerra tenía diecinueve. Ni siquiera pensaba en casarme. —¿Por qué? —Me sentía agotada, me sentía mucho mayor que la gente de mi edad, incluso me sentía vieja. Mis amigas bailaban, iban a fiestas, yo no podía, observaba la vida con los ojos de una vieja. Era como si estuviera en un mundo distinto… es verdad que me cortejaban chicos jóvenes, pero no veían mi alma, no sabían lo que yo llevaba dentro..."

Pero cuidado, porque los relatos también saben encontrar –aún en la tragedia y la calamidad– la belleza, los sentimientos fraternales del amor y de la mujer en un ambiente tan masculino como la guerra. También de la necesidad de sentirse mujer. Durante las entrevistas hay un tema que se repite bastante, y es la sensación que tienen muchas mujeres de haber vivido dos vidas, una como hombre, en la guerra, y otra como mujer al volver a casa, casarse y tener hijos. Sufrían una disociación de tal magnitud que muchas de ellas atestiguan incluso haber dejado de menstruar. Tengan en cuenta que únicamente hacia el final de la guerra el ejército les entregaba uniformes diferentes y ropa interior femenina. Hasta ese momento, y durante años, habían usado ropa diseñada para hombres.

La guerra no tiene rostro de mujer es quizá el unico libro donde ese sacrificio y ese arrojo tienen una suerte de final feliz -si se me permite la palabra- ya que desemboca en la victoria ante la Alemania nazi y la defensa de la rodina, la madre patria.

2. Últimos testigos: los niños de la Segunda Guerra Mundial (1985)

ÚLTIMOS TESTIGOS: LOS NIÑOS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Título original: Последние свидетели. Книга недетских рассказов

Editorial DEBATE
336 páginas


Este es un libro que publica inmediatamente después de La guerra no tiene rostro de mujer, en 1985, con una estructura idéntica y que toca el mismo período histórico, la Segunda Guerra Mundial. La diferencia está en los protagonistas: en este caso deja a las mujeres para recuperar las voces de los niños que sobrevivieron a la guerra. Una guerra que dejó 13 millones de niños muertos, y por supuesto, tantos otros huérfanos por la pérdida de sus padres en el conflicto.

Al acabar la guerra, solamente en Bielorrusia quedaron al cuidado del Estado 27 mil niños en distintos orfanatos. Allí se dirigió Alexievich a entrevistar, muchos años después, a esos niños que dejó el conflicto. Últimos testigos nos deja entonces historias de infancias truncas, de una espera que todavía aguarda, cincuenta años después, a que sus padres regresen del frente. También, por supuesto, infancias con hambre, bombas, fuego y desolación.

Dice, por ejemplo, Galina Fírsova (diez años en ese entonces):

"Yo tenía un sueño: cazar un gorrión y comérmelo. Pero los pájaros casi nunca aparecían por la ciudad. Incluso en primavera la gente los miraba y todos pensaban lo mismo, exactamente lo mismo que yo. Lo mismo... Nadie tenía fuerzas para apartar los pensamientos de la comida. Tenía tanta hambre que sentía frío, un frío interno terrible. Aunque hiciera mucho sol. Por mucha ropa que te pusieras, sentías ese frío; no había manera de entrar en calor. Tenía tantas ganas de vivir..."

Los años ochenta van llegando a su fin, y Alexiévich prepara en estos años finales de la década dos trabajos que nos remiten a dos sucesos trascendentales para la Unión Soviética, y que cada uno en cierto punto dictó la sentencia de muerte de este experimento político: La guerra de Afganistán y la tragedia de Chernóbil.

3. Los muchachos de zinc (1989)

LOS MUCHACHOS DE ZINC: VOCES SOVIÉTICAS DE LA GUERRA DE AFGANISTÁN
Título original: Цинковые мальчики

Editorial DEBATE
336 páginas


Alexiévich nos lleva ahora a otra guerra, más cercana en el tiempo, más clandestina, más periférica: la Guerra de Afganistán. Un conflicto (más que un conflicto, yo diría una trampa) que signará la suerte de la Unión Soviética de forma definitiva. Una guerra que mostró al mundo los pies de barro y las carencias de un imperio en decadencia, una guerra que se llevó en diez años xx miles de vidas humanas.

En Kabul, Afganistán (1988)

Los títulos de los libros adquieren especial importancia en la obra de Alexiévich. No son cosas que deja al azar. En Los muchachos de zinc la autora hace referencia a los cofres de zinc en los que los soviéticos enviaban los féretros de los soldados muertos para ser enterrados en sus aldeas y ciudades. El calor abrasante de Afganistán hacía muy difícil la conservación de los cuerpos, y los modestos féretros de madera o cartón no aguantaban más que unas pocas horas en ese árido infierno. De ahí que los cuerpos volaran a Moscú dentro de estos cofres de zinc. Como simple curiosidad, es interesante resaltar que en la serie Chernobyl (HBO) hay una escena donde el ejército vierte concreto sobre los ataúdes de varios bomberos muertos (y en la que la protagonista, Lyudmila sostiene unos zapatos de su marido). Los féretros están también envueltos en un cofre de zinc.

Los chicos de la guerra
‘Los muchachos del zinc’ es un crudísimo relato de Svetlana Alexiévich sobre la aventura militar soviética en Afganistán
Reseña de "Los muchachos de zinc"

Los muchachos de zinc se basa en una serie de entrevistas que Alexiévich hace a una gran cantidad de personas afectada por la guerra, que repito, tuvo a 10 años a un ejército luchando en el desierto y las montañas de Asia Central. Alexiévich habla en este caso no solamente con soldados o militares, sino también madres, hijos o parejas de soldados muertos. A diferencia de los libros anteriores, no se centra solamente en los protagonistas de primera fila, sino también en su entorno familiar y cercano.

Dice por ejemplo un soldado de campo:

"Después del combate se te hace insoportable contemplar la belleza. Observar las montañas, el desfiladero de color lila escondido en la niebla... Ver un pájaro de plumaje colorido... ¡Sientes ganas de acribillarlo todo a balazos! Disparo... ¡Disparo al aire! O bien te vuelves sosegado, tierno. Un chico al que yo conocía se moría lentamente. Estaba tumbado e, igual que un niño que acaba de aprender a hablar, iba nombrando y repitiendo los nombres de las cosas que pasaban por delante de sus ojos: “Montañas... Árbol... Pájaro... Cielo...”. Así hasta el final.."

Aunque en la guerra también siempre afloran los sentimientos humanos:

"Pasé el año nuevo con Sasha en un operativo. Apilando en forma de pirámide unos fusiles hicimos un árbol de navidad, y hasta colgamos unas granadas como si fueran regalos. Escribimos ‘Feliz Año Nuevo!!!’ con pasta de diente en un lanzacohetes, y por algún motivo pusimos tres signos de exclamación."

A medida que iba pasando las páginas no pude evitar trazar un paralelo con las historias de un conflicto que me toca mucho más de cerca, las voces de los excombatientes de la Guerra de Malvinas –que enfrentó a Argentina y el Reino Unido en 1982–. Gran parte de los soldados soviéticos asignados a Afganistán eran jóvenes, chicos de 18 a 20 años, con poca formación militar y de zonas frías (Ucrania, Bielorrusia, países bálticos) que tenían muchas dificultades en adaptarse al clima desértico y caluroso de Afganistán. Algo parecido sucedió con los argentinos –de la misma edad– que fueron enviados a pelear a Malvinas desde regiones con un clima caluroso y húmedo al frío antártico del Atlántico Sur.

Es obvio que las circunstancias y los conflictos son diferentes (no voy a entrar en este tema, que valdría toda una discusión aparte) pero si analizamos a las historias y los relatos, resulta evidente el paralelo que podemos trazar. La vergüenza de los que regresan tras haber perdido, su marginación y caída en la depresión o las adicciones, y por supuesto, la indiferencia de una sociedad que sigue su vida como si nada pasara. Porque como pasó en Malvinas, las guerras también pueden perderse en casa. Así lo dice Alexiévich, recogiendo el testimonio de un veterano:

"¿Quién dice que perdimos la guerra? Aquí es donde la perdimos, aquí, en casa, en nuestro propio país."

4. Voces de Chernóbil (1997)

VOCES DE CHERNÓBIL
Título original: Чернобыльская молитва

Editorial DEBATE
408 páginas


Este es quizá su libro más reconocido, sobre todo luego del estreno de la serie de HBO producida en 2019 sobre este suceso (serie que recomiendo, por supuesto). Siguiendo con el estilo de sus libros anteriores, en Voces de Chernóbil Alexiévich entrevista a unas 150 personas (entre bomberos, liquidadores, familiares, políticos, soldados y ciudadanos comunes) que fueron afectados –de alguna forma u otra– por esta tragedia.

Si en otros libros Alexiévich nos marca un pequeño contexto, muy pequeño, dos o tres datos apenas de lo íntimo del entorno de la entrevista (sobre cómo llegó a esta persona, o alguna observación de su casa), en este no hay más preámbulos que el nombre y la ocupación de la persona que cuenta la historia. Es sin duda una forma muy cruda de comenzar una historia dramática y desgarradora.

Un grupo de liquidadores de Chernóbil durante las tareas de limpieza del reactor

En mi opinión creo que Voces de Chernóbil es quizá el libro más crudo y transparente de Svetlana Alexiévich. No lo digo por el relato de los testimonios, todos ellos muy trágicos, sino por el sentimiento que flota en el aire mientras son relatados. Lo describiría como un sentimiento de decepción y de engaño. De haber vivido por tantos años dentro de una mentira. Un sentimiento de pérdida de inocencia, de enfrentarse a la cruda verdad de un imperio construido a base de las mentiras. No debemos olvidar que hasta 1986 el pueblo soviético no había sufrido grandes decepciones o vergüenzas colectivas (quizá el boicot a los Juegos de Moscú era lo más reciente) y el episodio de Chernóbil dejó al gobierno desnudo y en estado de bochorno internacional.

Mientras las autoridades soviéticas sabían de la gravedad de la exposición a la radioactividad, seguían mintiéndoles y ocultándoles información a sus ciudadanos, enviándolos a limpiar y arreglar el desastre sin más herramientas que una pala, unos cobertores plásticos y el llamado al heroísmo. Siempre el heroísmo.

Dice Ivan Zhmíjov (ingeniero químico):

"Y bien, ¿qué era todo esto de Chernóbil? Coches militares, soldados. Puestos de lavado. Una situación de guerra. Nos alojaron en tiendas de campaña, diez en cada una. Unos habían dejado en casa a sus hijos; otro a la mujer a punto de parir; otro que no tenía piso. Pero nadie se quejaba. Hay que hacerlo, pues se hace. La patria te llama; la patria te lo ordena. Así es nuestro pueblo."

Dice Arkadi Filin, liquidador:

"Cada día traían la prensa. Yo solo leía los titulares: «CHERNÓBIL: TIERRA DE HÉROES», «EL REACTOR HA SIDO DERROTADO», «Y, SIN EMBARGO, LA VIDA SIGUE». Había entre nosotros comisarios políticos, que daban charlas políticas. Nos decían que debíamos vencer. ¿A quién? ¿Al átomo? ¿A la física? ¿Al cosmos?"

El Partido Comunista siempre apeló a la metáfora de la guerra, de la batalla, del enemigo. Pero muchos testimonios hacen referencia a la dificultad de entender esta "guerra". ¿Contra quién se pelea? ¿Cómo se puede vencer a algo que no se ve?

Dice Anatoli Shimanski (periodista):

"Por culpa de la radiación, los animales del bosque están enfermos. Merodean tristes y tienen los ojos mustios. A los cazadores les da miedo y lástima disparar contra ellos. Y los animales han dejado de temer al hombre. Los zorros y los lobos entran en los pueblos y se acercan cariñosos a los niños."

También se hace notar el miedo y el rechazo social:

"Ahora, Chernóbil está cada día con nosotros. Un día murió de pronto una joven embarazada. Sin diagnóstico alguno, ni siquiera el forense anotó diagnóstico alguno. Una niña se ahorcó. De la quinta clase. Sin más ni más. Una niña pequeña. Y el mismo diagnóstico para todos; todos dicen: «Chernóbil». Nos echan en cara: «Estáis enfermos por culpa de vuestro miedo». Debido al miedo. A la «radiofobia». Entonces, que me expliquen por qué los niños enferman y se mueren. Los niños no conocen el miedo, aún no lo entienden."

Y la discriminación:

"Desde los primeros días sentimos sobre nuestra piel que nosotros, la gente de Chernóbil, éramos unos apestados. Nos tenían miedo. El autobús en que nos evacuaron se detuvo durante la noche en una aldea. La gente dormía en el suelo en la escuela, en el club. No había dónde meterse. Y una mujer nos invitó a ir a su casa. «Vengan, que les haré una cama. Pobre niño». Y otra mujer, que se encontraba a su lado, la apartaba de nosotros: «¡Te has vuelto loca! ¡Están contaminados!»."

¿Qué es lo que nos queda de toda esta tragedia y engaño? Las reflexiones finales de Alexiévich son muy acertadas, y que a la luz de la pandemia del Covid-19, cobran todavía más importancia.

Dice Alexiévich:

"Chernóbil es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI. Un reto para nuestro tiempo. Ha quedado claro que además de los desafíos comunista y nacionalista y de los nuevos retos religiosos entre los que vivimos y sobrevivimos, en adelante nos esperan otros, más salvajes y totales, pero que aún siguen ocultos a nuestros ojos. Y, sin embargo, después de Chernóbil algo se ha vislumbrado."

5. El fin del «Homo sovieticus» (2013)

EL FIN DEL «HOMO SOVIETICUS»
Título original: Время секонд хэнд

Editorial ACANTILADO
656 páginas


Era ya la tarde del 25 de diciembre de 1991 y Moscú estaba fría y oscura, como es natural en el invierno. Mikhail Gorbachev anunciaba su renuncia a su cargo de presidente de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. Acto seguido, a las 19:32 unos guardias subieron a una de las torres del Kremlin para arriar por última vez la bandera roja con la hoz y el martillo y reemplazarla por la blanca, azul y roja de la nueva Federación Rusa. El mundo, en shock. La Unión Soviética había muerto. El mayor experimento político de la historia, ese que llevó a un país de campesinos a ser una superpotencia nuclear, que intentó fundar una sociedad nueva –incluso hasta hombres nuevos–, dejaba de existir. Para los rusos este acto podía ser equiparado, sin exagerar, a que se apague el sol. Todas las esferas de la vida –hasta las ilegales, por supuesto– estaban permeadas por las estructuras del Estado, el partido comunista y sus instituciones satélite. ¿Qué nos pasó? ¿Qué nos habían estado ocultando? ¿Qué ocurre a partir de ahora? ¿Cómo seguir? ¿Qué hacer?

Los resquicios del imperio: todavía hay muchos sectores de la población rusa que miran a la Unión Soviética con nostalgia

Estas son algunas de las respuestas que Svetlana Alexiévich intenta revelar en su último libro, en el que escribe el epitafio del homo sovieticus. Es quizá su trabajo más ambicioso y diverso: mujeres y hombres nos hablan, todavía huérfanos y atontados por el impacto de haber sido despojados de un modo de vida y enfrentarse a otro completamente nuevo, sin preámbulos ni anestesias.

Por El fin del «Homo sovieticus» (editado en español por Acantilado) pasan escritores, cocineros, burócratas del partido, prisioneros de los gulags, amas de casa, jubilados, jóvenes activistas o campesinos. Hay algunos que son nostálgicos del pasado, otros que expresan su rabia, otros su desazón y decepción por el tamaño del engaño. Muchos de los testimonios de este libro surgen de Enchanted by Death (1994), un trabajo que no llegó a traducirse siquiera al inglés y que relata los suicidios de muchos ciudadanos que no soportaron el ritmo del cambio.

Por ejemplo:

"Con la perestroika, todo se vino abajo. El capitalismo llegó... 90 rublos se convirtieron en 10 dólares. Ya no era suficiente para vivir. Salimos de nuestras cocinas y salimos a las calles, donde pronto descubrimos que no habíamos tenido ninguna idea después de todo, que todo el tiempo sólo habíamos estado hablando. Apareció gente completamente nueva, estos jóvenes con anillos de oro y chaquetas magenta. Había nuevas reglas: Si tienes dinero, tú vales, no tienes dinero, no eres nada. ¿A quién le importa si has leído toda la obra de Hegel?"

O la eterna expectativa de algo mejor que nunca llegó:

"Pasamos toda nuestra vida creyendo que un día, todos viviríamos bien. ¡Era una mentira! ¡Una gran mentira! Y nuestras vidas... mejor no recordar cómo eran... Soportábamos, trabajábamos y sufríamos. Ahora ya no vivimos, sólo esperamos nuestros últimos días."

También hay voces que resaltan, con cierta nostalgia, las oportunidades que brindaba el estado soviético. Este es  un comentario sobre Sergey Fyodorovich Akhromeyev, mariscal y Héroe de la Unión Soviética, que se suicidó en su despacho del Kremlin:

"Ascendió de cadete a la cima de la pirámide militar. El estado soviético le dio todo: el más alto rango militar de Mariscal, la Estrella del Héroe, el Premio Lenin... Todo eso le otorgó a un chico de una simple familia campesina, y no a un príncipe heredero. Desde el medio de la nada. La URSS le dio una oportunidad a miles de personas como él. Gente pobre y sencilla... Y él quería que el estado soviético volviera.
Pero otra vez vuelve la dureza de enfrentarse, de forma rápida y sin herramientas, al nuevo capitalismo...
Fuimos terriblemente ingenuos. No sé por qué las cosas resultaron así. Realmente no lo sé. No es lo que queríamos. Teníamos en mente algo completamente diferente. La perestroika... había algo épico en ella. Un año después, cerraron nuestra oficina de diseño, y mi esposa y yo terminamos en la calle. ¿Cómo sobrevivimos? Primero, llevamos todos nuestros objetos de valor al mercado. La vajilla, el oro,y nuestras posesiones más preciadas, nuestros libros. Durante semanas, no comimos nada más que puré de patatas. Luego me metí en el "negocio". Empecé a vender colillas de cigarrillos. Un frasco de un litro de colillas... o un frasco de tres litros de colillas... Los padres de mi esposa (profesores de la universidad) las recogían en la calle, y yo las vendía. ¡Y la gente las compraba para fumarlas!. Yo mismo las fumaba. Mi esposa limpiaba oficinas. En cierto momento, ella vendió pelmeni por unos tajikos. Pagamos muy caro nuestra ingenuidad. Todos nosotros... Ahora, mi esposa y yo criamos pollos, y ella nunca deja de llorar."

...y la novedad de la propiedad privada:

"Apenas teníamos nada a nuestro nombre. Vas a la ciudad y dondequiera que mires, ves anuncios: Compra un coche... pide un préstamo... ¡Compra ahora! ¡Recógelo y llévalo a casa! En todas las tiendas, hay una mesa en medio del piso de ventas, a veces dos, donde puedes pedir un crédito. Siempre hay una fila frente a esas mesas. La gente está harta de ser pobre, todos anhelan vivir un poco."

El fin del «Homo sovieticus» es el corolario de este experimento político, que Alexiévich comienza a estudiar en La guerra no tiene rostro de mujer y que acaba, precisamente, con el fin de la URSS en 1991. Creo que este libro nos da muchas herramientas y miradas para poder entrar, un poco más, en los rincones de la psiquis rusa, y darnos algunas claves para entender a  figuras políticas como Vladimir Putin.

Conclusiones

¿Qué puedo decirles luego de leer toda la obra de Svetlana Alexiévich? Tres conclusiones muy breves (que ya me está quedando este artículo bastante largo).

Leer a Alexiévich es necesario

Aunque, eso sí, no es nada fácil. Hay que empezar despacio y de a poco. Y si hace falta, parar y seguir después. Porque parece mentira, pero al leer de forma seguida tantas historias trágicas y dolorosas pareciera como que los testimonios parecen ya ser parte de una obra de ficción, pero no lo son. Es importante también que los jóvenes lean a Alexievich. Sus historias son duras, algo pesimistas quizá, pero nos todas ellas nos dan una perspectiva de cómo vivimos hoy y de los privilegios que la mayoría de nosotros tenemos.

Leer a Alexiévich nos devuelve a empatizar con el dolor

En segundo lugar, creo que leer a Alexiévich es un acto de responsabilidad. Y tiene que ver con lo que digo de los privilegios. Vivimos en una sociedad donde nos toca convivir con la paradoja de estar cerca del testimonio en tiempo real (gracias a los medios, las redes sociales, etc.) pero lejos del dolor. Leer a Alexiévich nos devuelve a ese sentido humano de sentir el dolor del otro, y no de un otro cualquiera, sino de un otro semejante, en nuestra época, hace apenas algunos años atrás.

Leer a Alexiévich nos ayuda a pensar el presente

Y por último, nos da también una interesante vía para pensar el presente. Hoy estamos, a mediados de 2020, bajo una de las peores catástrofes sanitarias del mundo moderno. La pandemia del Covid-19 ya se ha llevado la vida de 820 mil personas, y en estos pocos meses hemos escuchado testimonios de dolor, miedo, negligencia, desesperación, de poca preparación y conocimiento sobre el problema. Sobre eso mismo escribió Alexievich en Voces de Chernóbil hace casi 35 años atrás. Parece que hemos avanzado, pero no estamos tan lejos de 1986. El Covid-19 se cobra un Chernóbil por día en el mundo. Y la vida sigue, y se sigue apelando al heroísmo de los trabajadores esenciales. Como en Chernóbil. Por eso además de pensar el presente nos ayuda a reflexionar sobre lo que nos falta, todavía, por aprender.

Recomiendo leer a Alexander Solzhenytsin, empezando por Un día en la vida de Iván Denísovich y siguiendo por El archipiélago gulag (editado en español en tres volúmenes por Tusquets) **para conocer más sobre el trato a la disidencia en los campos de trabajo forzados de la Unión Soviética. También, como contrapunto, El primer círculo, una novela muy interesante sobre "los otros gulags", los más confortables y menos estrictos donde se enviaba a los científicos y los técnicos. Podemos decir que eran casi prisiones de lujo -comparativamente- donde el mismo Solzhenytsin fue enviado tras burlar a las autoridades fingiendo ser físico.

Desde la historia reciente, y para tener una mirada complementaria a la de Alexiévich en El fin del «Homo sovieticus» les puedo recomendar las crónicas que David Remnick -el célebre editor de la revista The New Yorker– recoge en La tumba de Lenin (editado en español por Debate) durante los mismos meses de la caída soviética. En aquellos momentos Remnick era corresponsal de The Washington Post y por ese libro ganó el premio Pulitzer de 1994.

Desde el cine y la televisión, pueden continuar por *Masacre:* ven y mira, una película crudísima basada en la historia de Ales Adamovich que les comenté más arriba, y que inspiró a escribir a Alexiévich. Para tener más testimonios sobre la vida durante los años ochenta, miren el documental Mi Perestroika en YouTube. También, por supuesto, deben seguir con Chernobyl, la magnífica miniserie por HBO que, en buena hora, ha llevado a muchos a leer a Alexiévich.