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Reseña: “The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom” (Evgeny Morozov)

Reseña: “The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom” (Evgeny Morozov)

Yamil Salinas Martínez
Yamil Salinas Martínez
4 minutos
“The problem is that in Washington, the phrase ‘global Internet freedom’ is like a Rorschach test. Different people look at the same ink splotch and see very different things.”

Bienvenidos a un recorrido por el lado oscuro de la red, de la mano de Evgeny Morozov, lúcido analista y académico con un gran conocimiento de la intersección entre autoritarismo, tecnología y poder. En su último libro, “The Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom” que aquí reseñamos y compartimos, no ahorra críticas a todos aquellos que piensan que Internet es la llave para llegar a un mundo feliz.

Sus dardos, finamente documentados y con una carga de inteligente humor, están dirigidos sobre todo hacia los ejecutores de políticas públicas o de asuntos exteriores, grandes grupos de policy-makers en los gobiernos occidentales, organismos internacionales y think tanks, que planifican las grandes estrategias de asuntos globales.

A poco de comenzar el libro deja ya en evidencia su primer crítica hacia este círculo de élites y su pecado original, el “ciber-utopismo” con el que actúan y dejan impronta en sus políticas públicas, una suerte de realismo mágico tecnológico donde predomina una creencia, “casi religiosa en el poder de Internet de hacer cosas sobrenaturales”. Según Morozov, todo vale para la todo poderosa Internet y su gesta emancipadora: desde democratizar sociedades hasta erradicar la corrupción política. Una especie de terreno donde todo puede ser posible si se cuenta con una conexión a Internet, financiamiento y ciudadanos comprometidos con la causa.

Los grandes medios de comunicación occidentales no hacen más que empeorar las cosas, apunta Morozov, al dotar de características cuasi heroicas a los nuevos servicios de comunicación y redes sociales como Twitter, Facebook o YouTube en las manifestaciones políticas y sociales. Sólo basta tomar como referencia los últimos sucesos en Egipto y Oriente Medio para enterarse de la miríada de bondades sobre estas nuevas revoluciones digitales. El determinismo tecnológico y la sobrevaloración del rol de estas tecnologías oscurece el rol clave que juegan las personas en los procesos de cambio político. La tecnología“puede dar forma a la estructura de la batalla, pero no a los resultados”, decía hace tiempo Ithiel de Sola Pool, pareciendo coincidir con moderada reserva.

Internet puede ser usado tanto para el bien como para el mal, tal como ha sucedido con distintas tecnologías a lo largo de nuestra historia. Morozov se lamenta al reconocer la persistente imagen -tecnófoba e ignorante- que persiste sobre los gobiernos autoritarios para emplear la tecnología y los nuevos medios de comunicación digitales, como las redes sociales. Nada más lejos que eso, asegura el autor, afirmando que estos regímenes ya han aprendido y se han adaptado a convivir con una sociedad en donde la información ha tomado la abundancia. Ejemplos como el “Fifty-Cent Party” de China y su ciber brigada de comentaristas en foros, blogs y redes sociales no es más que una muestra de cómo los gobiernos están utilizando la red y sus servicios como nuevos canales de propaganda y cooptación de grupos de interés. Es que en resumen de cuentas, Internet modifica de manera profunda los tres pilares del autoritarismo, haciendo que propaganda, censura y vigilancia sean cada vez más potentes y capilares que nunca.

En este mismo sentido, Morozov afirma que se ha caído para siempre el viejo y famoso  “dilema del dictador”, aquel que presumía la imposibilidad de abrirse al mundo, a la inversión extranjera y la globalización sin antes hacerlo a las redes de información. No hacen falta muchos ejemplos cuando podemos observar a China. Los cuadros políticos de la República Popular ha demostrado tener maestría en la optimización de sus servicios de vigilancia y control de los contenidos en la red, en muchas ocasiones, con el apoyo de empresas y proveedores tecnológicos occidentales.

¿Y qué tal si, a fin de cuentas, el potencial “liberador” que se presume que Internet tiene lleva también en sí mismo el poder de despolitizar?El fenómeno de escapismo que produjo el hecho de poder ver las señales de televisión occidentales en la Alemania Oriental -y así poder adormecer su disidencia- podría aquí jugar un rol similar. Una vez más, se cae en la trampa de pensar que ni bien se tenga una conexión a Internet en aquellos países sus ciudadanos irán a buscar inmediatamente los reportes deHuman Rights Watch o a bloguear contra el régimen en vez de buscar fotos de la estrella pop de moda, la mejor receta para bajar de peso o descargarse el último estreno de Hollywood.

Pasando al plano de la acción política, Morozov sigue afinando su puntería. Luego de analizar las famosas “revoluciones de color” cree que los nuevos medios facilitan la “miclictancia” pero poco hacen para desarrollar una participación real. Si bien está comprobado que las nuevas tecnologías pueden ayudar a movilizar, poco pueden hacer para organizar y sostener las acciones para un cambio de régimen. El peor peligro, afirma, es que las nuevas generaciones tomen este camino como el más fácil y sencillo, en detrimento de la participación activa en los movimientos y acciones de disidencia tradicionales, retrasando un cambio político en sus sociedades.

La génesis del problema, sostiene Morozov, es allí mismo donde Occidente construye su concepto de libertad en Internet desde una mirada ciberutópica: esto es, más conectividad e internet significan más libertad y democracia. La simplificación de las fuerzas interiores en sociedades autoritarias no hace bien al tratamiento de este fenómeno, de naturaleza compleja y en las cuales se entrelazan aspectos religiosos, culturales y políticos que no se resolverán mediante un browser.

¿Debemos entonces conformarnos con este escenario, pesimista y gris sobre el futuro de Internet? Creemos que no tanto. El autor plantea, desde el inicio, que se preocupará por mostrarnos “el lado oscuro” de la red y lo consigue muy bien a lo largo de las más de trescientas páginas del libro. La vía de escape a todas estas trampas llegan hacia el final, aunque el lector sagaz puede ir adviertiéndola con el correr de los capítulos. Morozov pretende dejar de lado los dos males que aquejan al pensamiento sobre política tecnológica y exterior, la ciber-utopía y el internet-centrismo, con lo que él bautiza como “ciber-realismo”, una posición en la que, fundamentalmente aconseja pensar cómo internet está afectando a las estrategias y acciones actuales en las sociedades autoritarias y no al revés, como sostiene en las más de 300 páginas de la obra.

Según Morozov los grandes policy makers están poniendo el carro delante del caballo, haciendo una analogía con el popular refrán,intentando que Internet quepa delante de sus acciones de política exterior. Quizá el mejor consejo que puedan encontrar en “The Net Delusion” es no buscar soluciones tecnológicas a problemas que son, por naturaleza, políticos. Necesitamos encontrar, sostiene hacia el final Morozov, “maneras en las que el se conjugue la promoción y apoyo a una Internet libre con mecanismos de participación activa en el cambio social y político”.

Evitar el determinismo, una vez más, parece la tarea más difícil.