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'Los armarios vacíos', de Annie Ernaux

'Los armarios vacíos', de Annie Ernaux

Un relato crudo y a corazón abierto de los conflictos familiares y de clase

Yamil Salinas Martínez
Yamil Salinas Martínez
4 minutos

Estamos ante la primera obra publicada por la autora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940), recientemente galardonada con el Premio Nobel de Literatura 2022. Podemos decir que Los armarios vacíos fue una obra que sacudió Francia. No tanto por comenzar con una escena donde una joven aborta –en esa época, 1974, todavía era ilegal– sino por el hecho de criticar con tanta dureza y asco, sus orígenes, su comunidad y la vida de sus padres. Hace poco veía una entrevista en Página 2 a la autora donde comenta el origen de la polémica.

No soy nuevo al estilo y a la historia de Annie Ernaux  porque había leído antes ya La ocupación, un relato sobre el affaire que tuvo con un diplomático de Europa del Este que se tornó por demás obsesivo. Su prosa es sofocante, sin pausas, estremecedora y aséptica. Cada palabra suya está afilada como un cuchillo de caza. Pero esto es otra liga. Otro tipo de narrativa, visceral, cruda, en algunos puntos chocante.

LOS ARMARIOS VACÍOS
(LES ARMOIRES VIDES)

por Annie Ernaux

Editorial CABARET VOLTAIRE
Primera edición: 2022
224 páginas


Los armarios vacíos narra la historia personal de Denise Lesur, alter ego de Ernaux, en el tramo de su infancia y adolescencia hasta la primera adultez, mientras crece en un pueblo deprimido del norte de Francia. Sus padres administran y mantienen con mucho esfuerzo una tienda modesta de pueblo, o lo que ella llama el (“bar-tienda”) que es, a la vez, su casa. La clientela es gente aún más modesta: jornaleros, obreros de la construcción o de fábricas cercanas, ancianos de un asilo vecino. Su vida transcurre entonces entre latas de conservas, depresión, alcoholismo y dejadez.

Dice Ernaux sobre los clientes del bar-tienda:

Los hay que llegan por grupos, un día, obreros de la construcción, otro, los de mantenimiento de carreteras. Vienen a nuestro establecimiento porque es el mejor. Pueden calentarse la fiambrera, comprar una lata de chucrut, echarse un sueño en el sótano cuando han bebido demasiado. Se vuelven como de la familia, me siento en sus rodillas, nos enseñan fotos, me dan gajos de naranja. Desaparecen una vez terminada la obra. Era la única cosa triste de la vida, yo, mis padres, nos quedamos, los otros se esfuman, sustituidos de inmediato, intercambiables.

Denise nos lleva a conocer esas comunidades deprimidas, limitadas tanto en lo material como en lo cultural. Una Francia perdida, olvidada, de segunda clase. Ajena a todo atisbo de modernidad y ‘civilización’, como suelen llamarle allí. El ambiente de depresión es sofocante.

Dice Ernaux:

La ausencia de comedor y de vestíbulo de entrada, es lo que más me importunaba, la cocina, arrinconada entre el bar y la tienda, era todo lo que teníamos para recibir a la gente, o sea, nada. La mesa cubierta con el tapete de hule que mi madre cambiaba todos los años para Navidad, de forma que a mediados de año los dibujos ya estaban medio borrados y los bordes agrietados como un camembert reseco, tres sillas, el fregadero lleno de platos sucios o de la palangana para lavarse… El día más bonito de mi vida habría sido el de un frigorífico, con hielos en los vasos y yogures frescos con los que obsequiar a mis amigas. No podía. Había algo peor aún, la ausencia de un aseo de verdad, el orinal en el dormitorio o la barrica del patio, con la mierda a cielo abierto, imposible enseñar eso a nadie, además a menudo a rebosar.

En el relato hay rabia y furia contenida, mucha baja autoestima y minimización de Denise Lesur frente a sus pares. Lleva con mucha carga su origen, la ocupación de sus padres y la comparación con el resto de sus compañeros de clase.

Dice Ernaux:

Me sentía basta, sosa, frente al desparpajo, a la facilidad de las chicas de la escuela privada. Me quité el grueso jersey de lana que mi madre me había hecho poner en pleno mes de abril. Creía así ser menos ruda, menos ordinaria, pero no por eso me convertía en una Jeanne. Me faltaba todo lo demás, lo que flotaba a su alrededor, la gracia, esa cosa invisible, innata, la tienda rutilante de gafas de concha, de monturas rosas, el salón, la criada. Denise Lesur, yo, a su lado no era nadie, yo, la reina del bar-tienda, aquí era un cero a la izquierda. Me habría gustado ser Jeanne y, después, muchas otras, que me mostraban su superioridad despreciándome.

No obstante, y con el tiempo, Denise Lesur supo encontrar la fórmula para vencer estas inseguridades. Lo hizo a través de las buenas calificaciones y una dedicación absoluta en los estudios para superar a sus compañeras. Encontró su fórmula de redención, de validación y aceptación, pero también de bronca respecto a sus padres.

Dice Ernaux:

Alrededor de la mesa, empiezan a agobiarme con el diploma que acabo de obtener. Al final acaban llevándolo a su terreno, que si todo es gracias a ellos, que si la inteligencia de mi abuela y su certificado con once años, que si los clientes con cuentas pendientes, que si los abuelos chiflados del asilo, que si mi madre levantándose a las cinco para fregar el suelo. Sin ellos, sin su cuidado en marcar los precios, en calcular al milímetro la declaración de la renta, yo no sabría una palabra de inglés, cometería faltas de ortografía, como ellos. Me quitan todo el mérito. Sin embargo, tengo muy grabado el recuerdo de las horas de clase, de los puños apretados, de la victoria de las notas y las felicitaciones, todo un mundo que ellos desconocen, que ni se imaginan, esa cultura de la que me apropio por la fuerza. Así que el triunfo es mío.

En algunos tramos Denise Lesur es extremadamente despectiva respecto de sus padres, lo que hacen por ella y sus costumbres y hábitos. Se nota que no encaja, que no se siente pertenecer a ese entorno, que quiere salirse. ¿Es acaso culpable de sentirlo? ¿Podemos juzgarla por desear algo más?

Mientras leía Los armarios vacíos no podía dejar de hacer un paralelo y encontrar similitudes con Para acabar con Eddie Bellegueule, la ópera prima de Édouard Louis –que ya reseñamos en Serencial–. Curiosamente estos títulos fueron los primeros libros publicados de ambos autores, ocurren en el norte de Francia, son autobiográficos, y tratan sobre los orígenes y diferencias de clases. Nada más, y nada menos, que con casi cincuenta años de diferencia.◼︎