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'Otra vida por vivir', de Theodor Kallifatides

'Otra vida por vivir', de Theodor Kallifatides

¿Puede la lengua convertirse en una patria, un lugar al que se puede volver?

Yamil Salinas Martínez
Yamil Salinas Martínez
5 minutos

Theodor Kallifatides (Molaol, 1938) es un escritor de origen griego y radicado en Suecia. Ha vivido allí por más de cincuenta años, y desarrolló en ese país toda su carrera como novelista. Hago esta precisión porque es muy relevante para el autor y para esta obra, Otra vida por vivir.

Kallifatides ha publicado más de 40 libros y la gran mayoría de ellos en sueco, idioma que tuvo que aprender tras su salida de Grecia por motivaciones políticas –y también, de oportunidad de vida–.  En 1968 conoce a Gullina, la mujer con la que construiría una familia, hijos, nietos y toda una vida en un país muy diferente al suyo.

OTRA VIDA POR VIVIR

por Theodor Kallifatides

Editorial Galaxia Gutenberg
Primera edición: 2019
153 páginas


Otra vida por vivir es el primer libro que escribe en griego, su lengua materna, en más de cincuenta años, y es producto de un reencuentro con sus orígenes, recuerdos y memorias.

El desarraigo y el ser extranjero

Este es uno de los grandes tópicos que cruza este libro. Reflexiones sobre cómo se vive otra vida en un país diferente, con una cultura ajena, y con el cuestionamiento constante de no saber qué otro tipo de vida hubiese seguido si uno se quedaba en su país de origen. Esto es algo que ocurre –me animo a decir– a todos aquellos que han emigrado.

Dice Kallifatides:

Me encontraba en el gran «si» de mi vida. La emigración. ¿Qué vida habría vivido si no me hubiese ido de Grecia? ¿Quién sería? ¿Qué sería? (…) Quizá finalmente ese «si» sea el precio más alto de la emigración. Está siempre ahí. Pero te coge desprevenido, te alcanza como una bala perdida. En cualquier momento. Puede ser cuando te inclinas a besar a tu hijo, o cuando estás tendiendo tu cama, o cuando te encuentras solo en una ciudad extraña, en París, por ejemplo, y de pronto te llega el susurro de las moreras de la plaza Gyzi en Atenas. Y sabes que quizá hayas vivido una vida equivocada. Pero nada puedes hacer. Sólo esperar el momento en que la vida que vives cobre más presencia que la vida que no viviste.

Sobre lo que significa emigrar:

La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras, tu lengua (…) en su momento, tomé la decisión de abandonarlo todo, no de olvidarlo. Grecia y el griego me hacían cada vez más falta.

Y sigue:

Sin ser consciente de ello, pensaba cada vez más a menudo en Grecia. ¿Quizá ahí radicara el problema? ¿En que cada día que pasaba perdía algo más de mi país? Era algo que había observado en otros emigrantes. Fuera de su patria se marchitaban (…) «Ven, tenemos todavía muchos bellos paseos por dar.» Eso me había dicho María en una ocasión. Quizá ahí radicara el problema. En los paseos que no había dado en Atenas.

Esa constante sensación de que te has dejado una vida por vivir allí desde donde saliste, donde no volviste.

La escritura y el oficio de escribir

Este libro es para Kallifatides un reencuentro con su lengua materna, el griego, y reflexiona sobre el oficio de escribir, las motivaciones para hacerlo y en cómo puede convertirse la escritura en un refugio y una patria propia.

Dice Kallifatides:

¿Por qué pesaba tanto en mi vida la escritura? ¿Qué me daba? ¿Qué reemplazaba? Diría que era semejante a lo que me pasaba durante las guardias en el servicio militar. Yo asumía una responsabilidad y tenía cierto poder. Y lo hacía sin preguntar a nadie y sin que nadie pudiera impedírmelo. Quizá esa fuera, finalmente, la importancia de la escritura. La responsabilidad por mi mundo.

Sobre el rol del artista:

Como artista eres lo que eres mientras eres. Luego no eres nada. Ni los perros te ladran cuando pasas (…) como artista tienes el deber, tú más que cualquier otra persona, de dar hoy lo que diste ayer. Cualquier intento de renovación es considerado una provocación, casi una insolencia.

Sobre las motivaciones:

La escritura está, sí, dentro de nuestra cabeza, pero también alrededor de nosotros, en las paredes y en los muebles, en el olor a café, en la luz de la lámpara. En días benditos todo es escritura, y en días malditos, nada lo es.

Dice sobre el volver a escribir en griego:

Desde la primera palabra sentí cierta dulzura, como si hubiera comido miel. Dulzura y alivio. No escribía. Hablaba. Una palabra se unía a la siguiente como si fueran hermanas gemelas (…) con el sueco, idioma que amaba y amaré siempre, no había alcanzado esa inmediatez. Seguramente no la alcanzaría jamás. Lo llevaba puesto en la cabeza como una corona de espinas.

El paso del tiempo y la vejez

¿Cómo nos cambia el tiempo? ¿Qué es lo que va haciendo, de forma sutil y silenciosa en nosotros? Este es otro de los temas en los que Kallifatides se mete en Otra vida por vivir. No lo observa desde un punto de vista nostálgico, sino mas bien desde la perspectiva que da la madurez y el ser un hombre ya con mucha vida encima.

Dice Kallifatides:

Una de las cosas buenas que trae consigo la vejez es que uno piensa más en el futuro de los otros que en el propio. Comprobé que Gunilla [su esposa] todavía era bella, pese a haber cumplido los setenta años. Me alegré.

Y sigue:

A veces tengo la impresión de que la vejez tiene un sentido: que alcancemos a arrepentirnos de lo que hicimos y no hicimos en la juventud.

La marcha de los amigos, frecuentemente, es un signo del paso del tiempo:

Ante todo, pensaba en Kostas, mi amigo del alma, un muchacho valiente y fornido. Acababa de morir. Fue él quien me protegió cuantas veces nos manifestamos en contra de la dictadura. En Estocolmo, pero sobre todo en Islandia, donde los policías eran unos gigantones enfurecidos. Llovían golpes, pero Kostas, que antes había sido albañil y que tenía unas espaldas que parecían una puerta de granero, siempre me decía que me pusiera detrás de él, siempre detrás de él. Él era el muro que me protegía. Siempre delante y primero. Y así murió. Primero.

Tener presente siempre “memento mori”:

Salía al balcón y me declamaba a mí mismo los versos de Horacio: «No sabes cuántos inviernos te tiene reservados aún Zeus. Puede que este sea el último». Por supuesto que yo no oía las olas del mar Tirreno, como en el poema de Horacio, pero veía las luces de las casas alrededor, las hojas trémulas de los tilos, el ciprés que, sin conseguirlo, intentaba superarlos en altura, y me decía a mí mismo: «¿Y qué si mueres esta noche?» (…) Nuestra vida no es un sueño, sino una sombra fugaz entre el tiempo y la luz.

Dice Kallifatides sobre el deterioro urbano de su barrio, durante la crisis económica griega:

En mi barrio, los cafés estaban llenos de desempleados y los vendedores ambulantes aumentaban. A uno le compré diez mecheros en la calle Gyzi. Ninguno funcionaba. En una tienda grande de la calle Athinás, los perros habían aprendido a distinguir a los buenos clientes de los que sólo miraban, y unos les movían el rabo, y a los otros les enseñaban los dientes (...) Atenas es la única ciudad en el mundo que me produce vértigo, y en aquellos días también un sentimiento de tristeza profunda. La pobreza, la indigencia, los vagabundos, las víctimas de nuestro tiempo flotan en el aire como una nube densa y oscura sobre la ciudad.

Continúa:

Pero lo peor era la amenaza que pendía en la atmósfera. Parecía una ciudad en espera de un terremoto. Por primera vez no me sentía cómodo caminando solo por la noche en Atenas. Eso era la humillación más grande, el destierro definitivo. Tener miedo de los demás, y que los demás tengan miedo de ti. Hemos dejado de ser individuos aislados para convertirnos en tribus. Por un lado, nosotros; por el otro, los extranjeros.