Momentos mundiales
Los recuerdos más imborrables que tengo sobre los mundiales de fútbol
Los mundiales de fútbol tienen esa rara característica de ser sucesos muy recordables. Como que marcan épocas. Es muy curioso como incluso ciertas imágenes de esos momentos se te quedan pegadas en el recuerdo. Lugres donde viste el partido, o con quiénes, palabras, sensaciones.
Como a toda una generación que ronda los treinta, el mundial más disfrutado y recordado es el de Italia 1990. Aunque futbolísticamente no haya sido el más atractivo, creo que el primer mundial en el que sos consciente de lo que está en juego siempre queda guardado de manera especial.
Pero hay otros. Muchos otros. En esta lista elegí mis cinco momentos mundialistas más importantes. Los que más recuerdo, los que más marcaron eso de vivir un mundial. Este año me tocará vivir Brasil 2014 desde lejos, en otro hemisferio. Espero poder recordarlo por algo más.
5. Roa y los penales contra Inglaterra (Francia 1998)
La selección de Passarella —con la que nunca conseguí identificarme— llegó muy bien a Francia 1998. Tenía a un Batistuta en su mejor forma, a Crespo como goleador en el Parma, una defensa relativamente bien armada con Simeone, Zanetti, Ayala y Sorín; y en el medio a Fernando Redondo, el burrito Ortega y a Juan Sebastián Verón.
El partido se presentaba chivo. Porque claro, un clásico es un partido distinto a todos. Gol tempranero de Bati y todos pensando que el partido estaba dominado. Nada de eso. A los pocos minutos Inglaterra estaba arriba 2–1, con un tanto de Shearer y otro golazo de Michael Owen que enmudeció a todo Saint-Etienne. Finalmente iríamos al descanso con un empate, mediante un gol en tiempo de descuento de Javier Zanetti.
El segundo tiempo fue peleado, duro y áspero. Inglaterra estaba un poco más filosa, un poco más cerca de ganar el partido. Incluso estando en desventaja numérica, ya que David Beckham se fue expulsado por una falta al Cholo Simeone. Pero todo quedaría empardado. El ganador saldría de la lotería de los doce pasos.
Pero acá no estaba Goyco, sino Carlos Roa, un buen arquero que traía una trayectoria muy curiosa[1]. Ya elegido el arco, los jugadores fueron pasando de a uno, mansos y entregados al punto del penal. El que primero falló fue Crespo. David Seaman atajó su disparo y empezaron los fantasmas. Pero ahí es cuando entra Lechuga Roa en esta historia. Primero tapa el disparo de Paul Ince con una atajada magistral, a media altura, con las dos manos bien abiertas. Luego vendría el momento decisivo, esta vez atajando el tiro penal de Batty, que había entrado hace poco y estaba muy nervioso.
Cuando terminó el partido agarré la bici y fuimos a la plaza del barrio a festejar. En el camino, veía a todo el mundo tocando las bocinas, agitando banderas. Creo que era domingo y hacía buen tiempo. Una tarde de otoño agradable.
Pero duraría poco. Después llegaría Holanda, el gol de Berkgamp, el cabezazo de Ortega y una vuelta a casa más temprano de lo que se preveía.
4. Brehme y la final en Roma (Italia 1990)
Este momento está atado a un nombre. Edgardo Codesal. El responsable de dirigir la final de Italia 1990 en Roma. A pesar de haber nacido y jugado al fútbol en Uruguay, representaba a México como árbitro FIFA. Ganó la oportunidad de pitar en la final gracias a su trabajo en un partido caliente entre Inglaterra y Camerún, por cuartos de final.
A cinco minutos de terminar el partido, Roberto Sensini cruza a Rudi Völler en el área argentina. Una jugada que todavía podría ser discutida en algún bar de Buenos Aires. A pesar de que los mismos alemanes luego confesarían que no hubo falta, Edgardo Codesal no dudó. Levantó su mano y señaló el punto del penal en la noche de Roma. Mientras camina hacia el área, con la pelota bajo el brazo, todo el equipo argentino lo envuelve en un reclamo. De nada serviría.
El encargado de ejecutar el disparo es Andreas Brehme[2], camiseta número 3, rubio, grandote, uno de los mejores defensores de su época. Mientras intenta concentrarse para patear el penal, algunos jugadores argentinos todavía siguen protestando a su alrededor. Otros en cambio alientan a Goycochea en el arco. Con un ademán, Codesal pide que se retiren. La final de la Copa del Mundo se definiría con ese tiro.
Brehme acomoda otra vez la pelota, la deja en el césped y comienza a tomar distancia. Todas las casas, como la mía, en absoluto silencio. El estadio Olímpico, con 60,000 personas adentro, también. Veo a Brehme tomar una carrera de cuatro o cinco pasos y pegarle a la pelota. Viaja seca y al ras, como una bala, al palo derecho de Goycochea, que se estira adivinando la trayectoria pero no llega a contenerla.
— Goool-de-la-República-Federal-Alemana recuerdo que gritó, preciso, el relator oficial para cumplir con la formalidad. Porque antes los goles de otras selecciones se cantaban, incluso en un Mundial. Ahora ya es otra cosa. Las cámaras mostraban a alemanes abrazándose en el campo y a otros miles en las tribunas.
Lo demás es ya conocido. Creo que hasta entonces no había habido una final con tanto drama televisivo como aquella de Italia, que tuvo expulsiones[3], las lágrimas de Diego, los tanos silbando el himno, las puteadas y la entrega de medallas.
Terminó el partido y salí al patio de mi casa, no se bien para qué. Supongo que para cortar el momento. Era la tarde de un domingo gris y frío. El silencio, sepulcral. En Buenos Aires serían como las siete de la tarde y ya empezaba a oscurecer.
3. Pase de Diego, gol de Caniggia y afuera Brasil (Italia 1990)
Maradona y Messi tienen muy poco en común. Casi nada, diría yo. Son jugadores muy distintos. Pero si hay una única característica que los reúne es el hecho de poder definir el curso de un partido. Todavía no hay antídoto para ese veneno. Ese que cuando pica no deja nada más por hacer.
Algo así fue lo que pasó el 24 de Junio de 1990 en el Stadio delle Alpi, en Turín. Argentina se enfrentaba a Brasil por octavos de final y los vecinos eran los claros favoritos. Venían de ganar invictos su grupo y tenían a jugadores como Dunga, Mauro Galvão, Careca y Jorginho. Argentina había calificado como mejor tercero y su juego todavía no había demostrado ningún atractivo.
Siendo honestos, el partido fue un verdadero tormento. La dominación del partido fue total. Ese día Brasil fue una marea y solo los palos y atajadas de Goycochea evitaron una derrota épica. Pero como decía, hay jugadores que pueden definir un partido. Y ahí estuvo la magia de Maradona.
Faltaban diez minutos para terminar el partido y Diego toma una pelota en el campo argentino. En un curioso guiño de la casualidad, casi a la misma altura donde toma la pelota en el histórico gol contra los ingleses. Comienza a correr, casi en cámara lenta, y deja a cuatro tipos en el camino. Ricardo Rocha consigue desestabilizarlo, y con la mayor parte de su cuerpo ya tocando el suelo, en una imagen como si el miliciano de Robert Capa en vez de un fusil tuviera una pelota de cuero, mete con el tobillo infiltrado el pase profundo y oblicuo.
Es Claudio Caniggia, el hijo del viento, quien entiende perfectamente la jugada en la cabeza de Maradona segundos atrás. Si lo ven, cruza del lado derecho al izquierdo por atrás de la defensa en una diagonal letal, y recién pudiendo dominar la pelota entrando al área chica, amaga al arquero con derecha y define con zurda, en un corte de cintura casi quirúrgico. Una jugada que dura solo diez segundos y para la que no hubo antídoto posible. Me acuerdo ver a Cláudio Taffarel, que vestía su particular uniforme verde esa tarde, absorto, de rodillas, mirando el césped mientras toda Argentina festeja. Fue el gol que más escuché gritar a mi padre.
2. El 0–4 contra Alemania (Sudáfrica 2010)
La selección de Diego venía de menor a mayor. Si bien llegamos con lo justo a Sudáfrica, sabíamos que lo futbolístico en algún momento surgiría. Los resultados iban a llegar. En aquel equipo teníamos el cuerpo con Messi, Mascherano, Tévez e Higuaín y el alma con Diego Maradona. La mística estaba intacta.
Tuvimos un comienzo tibio contra Nigeria en Johannesburgo, vimos el pico de fútbol y goles contra Corea del Sur y cerramos el grupo con una victoria ante Grecia. Tres jugados, tres ganados. Líderes del grupo B y a pensar en octavos.
La épica maradoniana, el buen momento de Tevez y la confianza en un Messi que ya cantaba el himno ayudaron al envión anímico para la fase final. En octavos nos encontraríamos con México, repitiendo la llave del mundial pasado. Esta vez la victoria no sería ajustada como en Leipizg, cuatro años atrás[4], sino todo lo contrario. Pero adelante estaba Alemania. Las mismas caras, otra vez en cuartos de final.
Sábado 3 de Julio. Mediodía frío en Buenos Aires. Argentina sale de azul y blanco a la cancha en Ciudad del Cabo. Alemania estaba en frente, toda de negro. A los pocos minutos de comenzar el partido, una pelota cae llovida en tres cuartos de cancha argentina. Otamendi le comete una bruta falta a Podolsky y árbitro pita indirecto. Parecía peligroso, pero el partido estaba frío. Todavía la gente se estaba acomodando. Pero no. Schweinsteiger dispara y la pelota va directo a la cabeza del goleador Thomas Müller, que la peina sutilmente. Sería el comienzo del fin.
Si bien Argentina tuvo sus chances, fue todo inútil. La maquinaria de precisión alemana fue demasiado. Nunca había visto perder a Argentina tan bochornosamente en un Mundial[5] y técnicamente tan superada. Sentir esa sensación de vulnerabilidad futbolística extrema, de no tener nada que hacer, nadie a quien recurrir, es feo. Los alemanes entraban al área y tocaban como contra un grupo de pibes de colegio.
Otra vez nos quedábamos sin nada. Nos habíamos todos ilusionado mucho, y el mazazo de la decepción fue implacable.
1. El doping de Diego Maradona (Estados Unidos 1994)
En el Mundial del 94 Argentina presentó un equipo en transición[6], con Alfio Basile a la cabeza y compuesto por jugadores de la vieja guardia y debutantes mundialistas como Fernando Redondo, Diego Simeone y Gabriel Batistuta, entre otros. A pesar de haber entrado en última instancia tras el famoso y sospechado[7] repechaje contra Australia, las expectativas estaban otra vez muy arriba.
Luego del partido debut contra Grecia, que Argentina ganó con soltura y mostrando un buen juego colectivo, llegaría el cuco del grupo, Nigeria. Las águilas venían con su mejor plantel, que incluía a los Okocha, Amunike, y Amokachi, y habían hecho una excelente campaña en las eliminatorias y la Copa Africana. Era el rival a vencer para poder clasificar tranquilos. El partido fue duro, muy físico. Costó trabajo pero se consiguieron los tres puntos. Si bien arrancamos en desventaja, dos goles de Claudio Caniggia fueron suficientes para ganarlo.
Pero entre los festejos y abrazos sucede lo trágico. Una chica rubia, de uniforme blanco y moño verde se acerca a Maradona para acompañarlo al control antidopaje. Me quedó esa imagen perfectamente grabada. Diego iba exultante, con una felicidad auténtica, caminando tranquilo, como queriendo que todo vaya despacio para disfrutar más del momento.
Ni bien los vi cruzando el Foxboro Stadium tomados de la mano supe que algo pasaría. Lo percibí inmediatamente. Supe que estábamos viendo desde primera fila un acontecimiento trascendental pero que todavía no sabíamos de que se trataría. Es como en las películas, cuando ves al personaje en un momento importante de la trama pero donde no se revela nada. Tiempo después, muchos me dijeron que aquel día sintieron lo mismo. Diego, Diego, no la vas a cagar ahora, Diego fue lo que miles de nosotros dijimos para adentro.
A las pocas horas comenzaron a correr los rumores y yo sabía que sería verdad. Técnicos de la FIFA habían encontrado una sustancia prohibida en la muestra de orina de Maradona. Era efedrina, un broncodilatador proporcionado por su entrenador personal en las etapas preparatorias de la Copa del Mundo que estaba fuera de todos los reglamentos competitivos. En Argentina los programas deportivos y de chimentos comenzaron con la caza de brujas. Se tejieron sospechas y elucubraciones de todo tipo. Que si hubo una mano negra, que si Havelange, que si la FIFA, que si Basile retiraba el equipo del Mundial o las sanciones que podrían venir.
El partido contra la selección de Bulgaria, algunos días después, mostraría cuán profundo era el desconcierto. La bomba de Diego y la efedrina había dejado aturdidos a todos. El equipo parecía todavía no recuperarse del estruendo mediático y el impacto futbolístico. Aquel 30 de Junio de 1994 Argentina perdería 0–2 en el Cotton Bowl de Dallas[8].
En octavos de final vendrían los goles de Rumania, las gambetas de Hagi y otra vez, la impotencia[9]. Me cortaron las piernas, dijo Diego ante medios de todo el mundo. Pasaría mucho tiempo para verlo otra vez cerca de la Selección.
- En aquel momento Carlos Roa atajaba en el Mallorca de la primera división española. Su apodo se lo ganaría por llevar una dieta estrictamente vegetariana. Formado futbolísticamente en Racing Club, mostró su mejor forma en el Club Atlético Lanús de Héctor Cúper. Sufrió de malaria y cáncer, enfermedades de las que pudo recuperarse. A los 29 años decidió retirarse temporalmente del fútbol, ya que su religión le impedía trabajar los sábados. Actualmente es entrenador de arqueros en el Club Atlético Banfield.
- Mucho tiempo después me enteraría que fue de los pocos jugadores en ser habilidosos con ambas piernas por igual, una rareza en el fútbol de alta competencia.
- Pedro Damián Monzón, el Moncho, se convertiría en el primer jugador en ser expulsado en una final de Copa del Mundo. Había ingresado por Oscar Ruggeri, quien se tuvo que retirar por una molestia.
- Todavía recordamos el golazo de Maxi Rodríguez en el tiempo suplementario.
- Futbolísticamente, esta derrota es comparable al 0–5 contra Colombia en el Monumental y el 1–6 contra Bolivia en La Paz por eliminatorias.
- La base del equipo mundialista de Basile venía de ganar -con un fútbol muy pobre- la Copa América de 1993. Diego Maradona se sumó al equipo nacional mucho más tarde, para enfrentar a Australia en la fase de repechaje.
- Mucho tiempo después, Maradona sugeriría que algunos jugadores estuvieron dopados. El famoso asunto del «café veloz» nunca fue resuelto. Lo que sí se sabe es que en ninguno de los dos partidos hubo controles de la FIFA.
- Para no restar méritos, aquella Bulgaria sería la mejor selección de todos los tiempos. Ganó su ticket al Mundial venciendo a Francia de visitante en el último minuto. Contra todos los pronósticos —nunca había ganado un partido en una Copa del Mundo— terminó cuarta, eliminando en el camino nada menos que a Alemania. Hristo Stoichkov, su mejor jugador, sería galardonado con el botín de oro como goleador del torneo.
- Como ocurriera con Bulgaria en la fase de grupos, Argentina se enfrentó a la que era probablemente la mejor Rumania de su época. Dos hechos que creo no se volverían a repetir en una Copa del Mundo.