La misteriosa Vivian Maier
John Maloof era un treintañero de Chicago que quería poner en valor la historia del Portage Park, el barrio de su infancia. Decidió que la mejor manera de hacerlo era escribiendo un libro, y además de entrevistas, testimonios y recogida de archivos históricos, necesitaría encontrar suficientes imágenes de época para mostrar la transformación del distrito tras los años.
Uno de los tantos lugares donde decidió buscar fotografías fue en mercados de pulgas, subastas y ventas de garage –para lo que tiene un olfato “de familia”, según él– y por la módica suma de 380 dólares se hizo con un lote de varias cajas con negativos y pertenencias de una misteriosa mujer que había retratado su barrio.
Al regresar a casa hizo una inspección del material y rápidamente pudo identificar lugares conocidos en las fotografías, aunque pudo percibir algo más. No sabía todavía lo que era, pero intuía algo especial en ellas. Tras escanear decenas de negativos iba notando la calidad de las imágenes, las tomas y los retratos. Pero necesitaba ayuda para poder desentrañar este misterio.
Abrumado por la cantidad de material para clasificar (unos 30 a 40 mil rollos) en octubre de 2009 decidió buscar consejo en Internet. Publicó un post en uno de los grupos de fotografía urbana de Flickr (que aún sigue online) y preguntó a los foreros “¿Hey, qué creen que puedo hacer con esto?”.
La respuesta fue inmediata y contundente: el valor artístico de las fotos era increíble y no quedaban dudas de que en ese garage se había encontrado el trabajo de una de las fotógrafas urbanas más importantes del siglo XX: Vivian Maier.
Desde ese momento la curiosidad por saber más de esa mujer se volvió una obsesión. Dentro del lote comprado en la subasta había cientos de papeles, recibos, ropa, recortes de periódicos y hasta una caja con sus sombreros, pero poco había sobre su vida, su familia y pasado. ¿Quién era esa mujer? ¿Cuáles eran los motivos de su compulsiva forma de fotografiarlo todo? ¿Porqué murió en el total olvido?
Vivian Dorothy Maier nació en el barrio del Bronx, Nueva York, el 1 de febrero de 1926. Como cualquier niño criado durante la Gran Depresión, pasó muchas necesidades y tuvo una infancia dura. De su familia se conoce muy poco –su madre era francesa y su padre austríaco– y de pequeña viajó varias veces a Francia, al hogar de su familia materna, para luego regresar a los Estados Unidos a comienzos de la década del cincuenta.
Vivian, o Miss Maier, como prefería que la llamaran, comenzó a trabajar en una fábrica de ropa donde las jornadas eran largas y la paga muy mala. Pero lo que más le molestaba no era el ambiente y el magro salario, sino el no poder estar fuera, al aire libre, en contacto con el mundo exterior. Por eso decidió dejar la fábrica y convertirse en nanny, una cuidadora de niños para las familias de buen pasar de Chicago. Este trabajo le aseguraba un techo, comida y la posibilidad de poder salir fuera a tomar fotografías.
Tanto su personalidad –excéntrica y reservada– como su aspecto –flaca, alta y desgarbada– hizo de Maier una persona rara pero hasta cierto punto querible. En ella todo parecía de otro tiempo. Su vestimenta (blusas, vestidos y botas), la forma de caminar o su acento al hablar llamaban inmediatamente la atención. Todos los que la conocieron coinciden al recordarla: Maier jamás se despegaba de su cámara. Siempre colgaba de su cuello.
Como podemos ver en parte de su obra*, la mentalidad de acumuladora compulsiva la solía obligar a tomar fotos de todo, hasta del interior de los botes de basura. A través de su Rolleiflex de formato medio y doble lente (esas que tienen el disparador en el lado frontal, y el visor en la tapa superior) capturó miles y miles de instantáneas urbanas y retratos. A través de ellas podemos observar hoy el mundo de Maier y su forma de relacionarse con su entorno, las cosas que llamaban su atención, curiosidad o sorpresa. Su ojo es lo que la hace diferente y donde reside su arte. Porque ante todo, la fotografía es el arte de observar.
El talento artístico de Maier resulta innegable, y en sus fotografías puede advertirse una capacidad técnica magistral: encuadre, iluminación, perspectiva, equilibrio y expresividad. Todas logran transmitir emotividad, aún en el retrato de situaciones o personajes nada agradables. Toda la obra de Maier es una suerte de viaje caleidoscópico por los Estados Unidos de fin de siglo, y según expertos, se encuentra a un nivel de grandes de la fotografía americana como Robert Franck o Diane Arbus.
Gracias a la publicación de libros como Vivian Maier: A Photographer Found ($), donde relata toda la historia de su hallazgo y detalles técnicos sobre su obra; Vivian Maier: Self-Portraits ($), con una selección de sus autorretratos, Vivian Maier: Street Photographer ($); exhibiciones en distintas partes del mundo y al poder de Internet pudo convertir a Vivian Maier en el ícono fotográfico de los últimos años. Para Maloof esto es solo una parte del reconocimiento que debería tener como artista.
Además de los tres libros publicados, John Maloof cuenta toda esta historia en Finding Vivian Maier, un vídeo documental donde recoge testimonios de personas que la conocieron y sobre sus viajes a Saint-Bonnet-en-Champsaur, el pequeño pueblo de pastores en Francia donde su madre había nacido. La cinta ha sido nominada como Mejor Documental en los premios Oscar y BAFTA.
La historia de Vivian Maier es la historia de una gran artista, que por algún motivo que no conocemos, decidió permanecer fuera de los reconocimientos y de la vida pública. Maier decidió no compartir su obra con nadie – hasta incluso se encargó de mantenerla bajo llave allí donde vivió– y eso la hace aún más cautivante. A pesar de que apenas se puede husmear en su vida, sabemos que como todo artista tenía algo de rebelde. Su condición de mujer, por siempre soltera, rara, periférica –a las élites culturales e intelectuales– no la hacían creíble. ¿Cómo una cuidadora de niños iba a poder convertirse en una fotógrafa de fama?
Luego de haber leído los libros y visto el documental me pregunto: ¿Qué hubiese pasado si Maloof no encontraba esos negativos en aquel garage? Seguramente nos habríamos perdido de conocer a alguien con mucho talento. Y eso hubiese sido una gran pena. Pero inmediatamente me vienen más preguntas, como la de imaginarme a Maier hoy, en plena era de smartphones e Instagram: ¿Sería famosa? ¿Podrían sus fotos sobresalir entre tanta selfie y vídeos de gatitos? ¿Cómo enfrentaría una época en la que la fotografía es más que nada un acto público, un «ser para los otros» que uno privado?
Lo más probable es que hoy estemos rodeados de fotógrafos del talento de Vivian Maier y no lo sepamos. Están ahí, en medio de todo el ruido, esperando su momento. Quién sabe. Será cuestión de que el azar, dentro de unos tantos años, cruce a alguien con un arrumbado datacenter o un viejo teléfono móvil sin dueño, con un tesoro dentro por ser descubierto. ◼︎
(*) Nota: Puede parecer un poco raro hablar sobre una fotógrafa sin ilustrar el artículo con parte de su obra. Mientras redactaba esta nota contacté con el equipo de la colección Maloof para solicitar la autorización correspondiente pero aún no obtuve respuestas.