El paco, emergencia pública
Hoy publica el New York Times una nota especial sobre el problema que está esparciendo el consumo desenfrenado de paco (pasta base) en los barrios periféricos de Buenos Aires. Así es relatado, bien como lo excéntrico y raro de una epidemia en algún rincón del África. La nota no habla de la experiencia neoyorquina con el crack en los años 80s, cuando inundó los barrios negros con su manto de adicción y sufrimiento. La prensa y otros medios locales están hablando del tema hace ya varios años, pero parece no acompañarse con políticas públicas de profundidad en el tema (aunque recuerdo la campaña del Gobierno de la Ciudad “Dejá el paco” y la apertura de un centro asistencial).
El “paco” es una droga altamente adictiva y mortalmente tóxica por la cantidad de elementos químicos y combustibles empleados en su elaboración. En este punto difiere del crack, ya que éste contiene un porcentaje mayor de cocaína que el paco, compuesto en su mayoría por residuos solventes. El efecto de euforia producido en el consumo es inmedatamente seguido por la necesidad de doblar la dosis, articulando un efecto espiral de consumo-compra de esta droga, haciendo de ella una de las drogas con mayor dependencia al consumo.
La cuestión principal es que el problema no es sólo argentino, sino también se expande a Uruguay y Brasil producto del tráfico desde Bolivia y Perú que no logra ingresar a otros mercados por su baja calidad. En el transcurso de la profunda crisis económica de comienzos del 2000, el paco pudo ganarse su lugar gracias a lo accesible de su precio por dosis, cercano 30 centavos de dólar, modificando el patrón de consumo de los estratos más bajos de la población.
¿Cómo es posible detener este flagelo, que causa estragos en los jóvenes más vulnerables y los que precisan las mayores oportunidades de movilidad social?