El fútbol ya no es más Independiente

Uno

Independiente, el club del cual soy hincha desde prácticamente el primer trazo de recuerdo en mi vida, hoy descendió de categoría. Ya no jugará la temporada que viene en lo más alto del fútbol argentino sino en la Primera B Nacional, o dicho de otro modo, la segunda división. Esto no tendría ningún ribete particular si Independiente no fuera uno de los clubes más importantes del país (con mucha historia, grandes logros internacionales y jugadores de prestigio en seleccionados argentinos y extranjeros) y porque era uno de los dos clubes de los denominados «grandes» que nunca había sufrido un descenso en sus 108 años de historia.

Atrás quedan los recuerdos de noches de copa, de glorias en el césped, de luchas por campeonatos y trofeos ganados. Atrás, allá, en el sótano de la memoria. Habrá que hacer mucha fuerza para que nunca se nos vayan, para que el sabor amargo que tenemos hoy no nos quiten esos recuerdos.

Como bien sabemos, a este escenario no se llega de la noche a la mañana. Desaciertos deportivos, malas rachas, decisiones mal tomadas en lo táctico y pésimas incorporaciones hacen imposible conseguir las victorias necesarias para revertir el cuadro tan crítico. Por su parte, descalabros financieros y políticos en lo institucional también tienen su gran parte de responsabilidad. También los socios, que eligieron mal, bancaron proyectos en el aire o no ejercieron la presión y demanda de cuentas claras en su momento para evitar lo que nunca pensábamos que podría pasar.

Independiente deberá ahora bajar al barro de canchas y estadios ignotos, y jugar por primera vez contra equipos que fueron fundados cuando se bañaba de gloria a miles de kilómetros de Avellaneda. Pagará caro sus desaciertos, y como sucede en todo orden de la vida, peregrinará por su calvario. Como tantos otros lo han hecho ya.

Dos

Esta situación a la que llega Independiente hoy es una muestra -otra más- de la gran crisis en la que está enterrado el fútbol argentino. Un fútbol en una crisis profunda, que se manifiesta en lo deportivo pero que tiene raíces institucionales y políticas. Sólo estamos viendo la superficie.

Y es que el fútbol acá ya no es libre. El fútbol ya no es Independiente. Ya no es más un juego, un deporte. Es otra cosa, desde hace mucho tiempo. Y creo que muchas veces un descenso te lo muestra de una manera flagrante. Te estalla en las manos, se muestra a la luz del día.

El fútbol está preso, cautivo, maniatado. Está bajo amenaza por la connivencia y negligencia de sus dirigentes. Por la violencia que genera y motiva todas las semanas, en las que hay que llorar muertos. Negocios y encubrimientos entre dirigentes y violentos, manejos económicos, prebendas. Ni los árbitros se salvan de este infierno. Tampoco los periodistas. El gobierno argentino también cae en la volteada. Vaya uno a saber qué influencias genera la televisación pública (y las asignaciones que los clubes reciben) cada campeonato. Fracasos en la gestión de las selecciones nacionales, pobre formación de jugadores, copas que no se juegan, dolores de ya no ser.

Tres

El panorama entonces se muestra muy oscuro. No resulta casual que en los últimos años genere más atención la lucha por el descenso que la lucha por el trofeo. Cientos de líneas y minutos de televisión se consumen en este espectáculo morboso de saber quién es el que se va. El fútbol, claro está, es el más perjudicado. Hace años que en Argentina no se ve buen juego. Y no tenemos el mínimo derecho a enojarnos cuando en la calle vemos a chicos con la camiseta de España, Brasil o el Real Madrid. El suero -con fecha de vencimiento- nos llega gracias a los goles del famoso hombre-perro, Lionel Messi.

A las puertas de un mundial -falta sólamente un año para Brasil 2014- sólo queda esperar un milagro, uno más. El fútbol, los clubes, los socios, los hinchas, necesitamos volver. Todos por igual.