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Barbara: Un frío viento sopla en el Este

Barbara: Un frío viento sopla en el Este

Yamil Salinas Martínez
Yamil Salinas Martínez
3 minutos

Personalmente, me consideron un gran interesado del arte que refleja la Guerra Fría. Desde el cine, la literatura y la música, incluso hasta los sellos postales. Quizá la razón se encuentre en que fue una de las últimas oportunidades en las que tuvimos que imaginar(nos) cómo era vivir en el otro lado. Qué hacían esas personas, cómo se divertían, cómo vivían, qué soñaban. Hoy resultaría imposible. Los periódicos y revistas polulaban de «retratos» sociales a un lado y al otro de los alambres de púas, intentando relatar esa extraña -y casi excéntrica- vida. Claro que con la caída del muro cayeron también esas ficciones, nunca tan fieles y crudas como la realidad cotidiana.

Películas como la tragicómica Goodbye Lenin! (IMDB~7.7), la oscura y opresiva La vida de los Otros (IMDB~8.5) o la atrapante Der Tunnel (IMBD~7.7) nos mostraron parte de esa densa atmósfera de vigilancia, control y autocensura en la extinta Alemania oriental. Cada una con su acento y tono particular (en Goodbye Lenin, una nostálgica anciana y sus hijos, en La vida de los Otros con una pareja de intelectuales y sus espías de la Stasi y en Der Tunnel con los amigos que intentan escapar al borde occidental de Berlín). El denominador común, por lo tanto, es el tenso y efímero instante en el que puede perderse la vida, o ganar unos minutos o con más suerte, unos años de vida dentro del régimen.

Una cinta que sigue esa tradición es Barbara (IMDB~7.1), del director y guionista alemán Christian Petzold[1]. En la que creo es su primera incursión en la temática, retrata la vida de Barbara (Nina Hoss), una médica de Berlín que es enviada a un ignoto hospital de provincias en represalia por solicitar un visado a occidente para visitar a su novio. Destinada a una temporada en el ostracismo, es recibida entonces con recelo y desconfianza por parte de sus colegas. Mientras pasa el mal trance del destierro, no pierde las esperanzas de huir hacia Dinamarca y dejar atrás su presente.

A medida pasan los minutos uno puede ver en los gestos secos y adustos de la protagonista esa suerte de autodefensa que aflora cuando un persona no sabe hasta dónde confiar en sus pares. Todos pueden ser informantes, todos pueden dar algún “detalle” comprometedor a la policía, por más que no fuera cierto. André (Ronald Zehrfeld) su colega y director de hospital también con un pasado que contar, lucha día a día para ganar su confianza con poco éxito. La paranoia hace tic-tac a ritmo constante durante toda la película, tanto que uno no termina de saber quién juega que rol.

De cualquier manera, lo que hace diferente a esta película de las mencionadas anteriormente es el rol social de los personajes y su relación con el entorno. Tanto Barbara como André son médicos en una pequeña ciudad sin relevancia, y no son más que funcionarios comunes de la decadente maquinaria socialista. Tanto como los conductores de trenes o los carteros. Lo curioso es que por ese espacio que ocupan tienen la posibilidad de relacionarse cotidianamente con muchos rebeldes del sistema (fugitivos de los campos de trabajo o jóvenes suicidas, por ejemplo) y ser jueces y parte de ese gran absurdo social.

Su pareja, un acomodado empresario occidental, emprende furtivas y arriesgadas visitas para verla y planear juntos el plan de escape. Consciente del riesgo, él incluso está dispuesto a abandonar su vida de privilegios y radicarse en el Este, con tal de ser feliz a su lado. Barbara, con un cuadro centrado en sus ojos y helando la sala, no deja lugar a equívocos:

Aquí nadie puede ser feliz.

Ninguna de las personas retratadas en la película transmite felicidad, eso es completamente cierto. Más bien se encuentran entre el odio y el desdén, un sentimiento que los atraviesa y les pasa por el frente de los ojos día a día.

En suma, una muy buena película que retrata en la carne de dos personas normales lo asfixiante de vivir constantemente desconfiando del resto, viendo coches negros en las puertas y sufriendo inspecciones de sorpresa. Y no solamente durante unos días. Sin dudas, todo un trabajo esclavo en sí mismo. Paradojas de la política.


  1. Este film fue el elegido para representar al cine alemán en los premios Oscar en 2013.